lunes, 25 de julio de 2011

Fragmentos del libro “La Banda de los enanos calvos” del escritor mexicano Agustín Monsreal



Agustín Monsreal

La acusación esta hecha y está vigente. Yo, tú, usted, él, ustedes, nosotros, todos somos culpables de esta infamia, alcahuetes de esta degradación, cómplices de este crimen: somos una sociedad reprobada, una sociedad suicida que “se rebana la venas y se sienta a contemplar cómo se desangra”.   Pag. 29


Y ya puestos en confesiones, reconozco sin pudor que no tengo parentesco son Sigmund Freud, ya que cuando intenté leer el tomo VI de sus obras completas, sin haber leído ninguno de los anteriores, me encontré con las primeras de cambio el muy mañoso Adán del psicoanálisis empieza a remitirlo a uno a tal página del tomo V y a tal obra del tomo IV y conjeturo que así sigue hasta llegar al primero y que de ahí lo manda a uno a sentarse en las piernas de mamá y pedirle que nos dé la teta y nos cuente la ejemplar historia de Edipo). O mejor ya no le sigas y déjalo para la próxima, ya es tarde y una mujer te aguarda en la cama devorando novelas policiacas y no vaya a ser que pesque malas influencias y en la soledad de la noche, a la mitad de un abrazo, tú sabes. Mejor no te arriesgues.   Pág. 58


Ahora resulta que no sólo tengo que soportar  los discursos insustancialmente y reivindicadores y repugnantemente clasemedieros de la tía Genoveva, sino la también retórica taimada de de mi yo interno, mi otro yo, mi doble al estilo dostoievskiano, mi Mefistófeles, al cual se le ha encajado en al cabeza la idea de que debo quebrarle la espina dorsal a mis principios, es decir, que debo hacer como hace cierta mayoría de la gente de este mundo, es decir, que debo emascularme de albedrío, de conciencia, de escrúpulos, es decir, que debo sumarme a la pusilanimidad del rebaño y resignarme a pasar de largo por la vida.  pág 79


Ser una parodia de ser humano es tan fácil. Pág. 79






Tengo el peor de todos los cansancios: ¡el terrible cansancio de mí mismo!  A. Nervo.  Pág. 82


                Tú dirás, como es probable que diga el otro medio mundo, que a ti las supersticiones te hacen los que los sueños a Freud. Allá tú. Yo, en cambio, soy un hombre de fe, y por eso siempre cargo conmigo esta patita de conejo que es mi dadora de la suerte, y este ojo de venado mayo que sirve para evitar que mi ex mujer o cualquiera otro resentida me vaya a emponzoñar el cerebro con alguna brujería, y este Buda de marfil javanés para que los badajazos de la manipulación financiera no me descalabren, y esta esclavita de 18 kilates con la ardiente imagen de San Antonio para diligenciarme ayuntamientos carnales, y esta ramita de ocote puesta a serenar tres noches consecutivas para que no se me seque el talento ni  me venga a merodear la locura, y esta estampita de San Judas Tadeo metida en el zapato para que mis pasos no se desvíen del camino de la inmortalidad, y además nunca me levanto con el pie izquierdo ni me bajo de la cama sin haber bebido nueve tragos de licor de tortuga, y en luegito de levantarme, antes de oficiar algún otro acto, rompo un huevo de paloma y si la yema sale sanguinolenta, entonces la froto sobre un espejo redondo, y una vez seca, lavo la superficie con agua de pingüica y después la pulo con mi aliento y con un trozo de esponja virgen extraída de las profundidades del Mar Muerto. Así, le garantizo a mi destino creativo un día fructífero e impoluto.   Pág. 86


…los castigos terribles impuestos por la tía bigotona que te cuidaba y te atiborraba la cabeza de ignominias y amenazas, de si no te lavas las orejas diosito te va a castigar, si te tardas en el baño va a venir el diablo a jalarte los pies, si le dices cosas a las niñas te vas a ir al infierno, si no rezas viene la llorona y te escupe en tus sueños, si no ahorras te va a llevar el robachicos y te va a sacar un ojo y te va a cortar una pierna y un brazo y te va a poner a pedir limosna y nunca nos vas a volver a ver ni a tus papás ni a mí, que te quiero tanto, angelito.  Pág. 89


                Estas actitudes de ninguneo, de autodesprecio, ¿serán cosa de la devaluación? Digo, de la devaluación humana, del exceso de circulante de gente en la ciudad. ¿Será cierto –trágicamente cierto—que lo peor que le puede pasar a una ciudad somos la gente? Digo. Pregunto. Pág. 101


                Han pasado veintiún años ya. Con el tiempo, he aprendido a sobrellevar el dolor, la soledad, el fracaso; he aprendido a responder con desprecio a la ignorancia de los médicos que periódicamente sentencia a muerte a mi corazón desubicado. Lo que jamás aprendí fue a perdonar a mi hermana la mayor. Cuando se mató, cuando se ahogó en el mar frente a mis ojos, durante mi convalecencia, junté toda la fuerza de mi amor para jurar que nunca le perdonaría su traición, su cobardía.  Pág. 126


Marx se perdió entre las páginas de cien libros donde se habla de marxismo, pero no de Karl. Y Karl se consolaba escribiendo porque estaba muy enfermo y sin dinero. La hija suicidada. La esposa moribunda. Eso, eso es el verdadero marxismo. Pág. 131


Kafka se perdió entre las páginas de cien mil libros donde se habla de angustia, pero no de Franz. Y Franz se consolaba escribiendo porque estaba muy enfermo y sin dinero. El padre indiferente. La novia remolona. Eso, eso es el verdadero kafkismo.   Pág. 132